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Chaikovski brumoso, Brahms resplandeciente

Chaikovski brumoso, Brahms resplandeciente



Imaginamos que la ubicación de este concierto en un martes y miércoles tendrá que ver con la programación del Maestranza (ensayo general ballet Preljocaj, suponemos). Pero también nos traía la sorpresa de un programa de orden invertido al habitual y el podio ocupado por una todavía joven directora. Gran Sinfónico 6 de la ROSS Ciclo: Gran Sinfónico 6 Programa: Sueños de invierno Intérpretes: Javier Comesaña (violín) y István Várdai Director: Marzena Diakun Fecha 21 de febrero 2024 Lugar: Teatro de la Maestranza 4 Seguramente su experiencia en el campo de la música contemporánea la hacía idónea para hacerse cargo de la obra de la compositora sevillana Mª Luz Romero, Lula, y de su obra. Vinculada como Elena Mendoza (sevillana que también presentó su obra con la ROSS el pasado mes de noviembre) está vinculada igualmente a la Akademie der Künste de Berlín, donde ambas trabajan y residen. Para que nos hagamos idea de la obra presentada, recogemos las palabras con que termina su idea sobre la propia obra, recogida en las notas al programa del concierto: «En ‘Displaced’, esta idea se revisita pero no como un lugar utópico, sino como el lugar que habitamos y experimentamos, el cual, al haber sido repensado y redistribuido estéticamente, puede revelar nuevas posibilidades.» No se puede decir más claro. Asociamos con frecuencia la música contemporánea con una plasmación cinematográfica. Si fuera así, nos encontraríamos de pronto no en una lluvia, sino en una tormenta de meteoritos -de ahí esa Big Bang inicial- que va decreciendo y que, tras un pequeño repunte, se apaga. Así que cogimos con ganas a Chaikovski, en el llamado ‘Sueño de invierno’, una ilusión que en realidad son estampas de su país, con nieve y otras tormentas incluidas. En esta su primera sinfonía acaso no posea el dominio de la forma que alcanzará en otras posteriores, pero posee ya la impronta que le caracterizará: intensas melodías, a veces apasionadas, otras lánguidas, tal vez reiterativas -sobre todo en estos sus primeros trabajos sinfónicos- pero siempre muy expresivas. Por lo general, estas cantilenas se elevan por encima de la orquesta, están dotadas de gran tersura y vigor, aunque sean suaves y siempre se encuentran inspiradas, por sencillas que resulten. Pero excepto en aquellas que llevaban metales, estas no terminaban de elevarse en su habitual serpenteo, porque además no encontraban una orquesta definida, ni por secciones ni con un sentido claro de acompañamiento. Y esto era en parte porque no se había trabajado unos ajustes precisos, lo que era bastante fácil de comprobar en la cuerda. Por ejemplo, en el primer movimiento hay un ‘crescendo’ que nos lleva al segundo tema enunciado por el oboe; pues bien, cada uno se lanzó a una microvelocidad diferente, y eso se pudo oír y ver en el borboteo de los arcos . Pero es que los acompañamientos más sencillos, lineales, con dibujos por repetitivas corcheas, negras, que aparentemente no aportan nada, están sustentando casi imperceptiblemente esa melodía que nos arroba, bien por su hipnótico ritmo, bien por sus elocuentes armonías. Era un paisaje brumal, una neblina permanente que apenas dejaba ver el sol de las melodías chaikovskianas. Excepciones fueron aquellas secciones que llevaban la tarea pulida y sólo necesitaron que la directora les marcase el compás, caso de las violas: recuérdese un momento bellísimo del ‘Adagio cantabile’ enunciando un segundo tema que contrasta con el primero, junto a las flautas. Pero como todo en este programa era inverso, el acompañamiento del doble concierto de Brahms sorpresivamente nos resultó bastante luminoso. Es decir, lo que los directores suelen ‘leer’ sin más se dejó para la sinfonía, entregándose al concierto. Visto así tenía sentido el cambio estructural del programa, ya que dejaba lo mejor para el final. Porque pudimos oír el magnífico trabajo al violinista sevillano Javier Comesaña y del húngaro István Várdai . La notable diferencia de estatura que les separa no alcanzó a la música, o si acaso llegó al notable volumen del chelo de Várdai, que tal vez excediera el tamaño estándar del instrumento para mejor movimiento de sus enormes manos y, desde luego, destacó su potente y hermosa sonoridad, que tal vez tenga que ver con un pequeño cordal que al parecer es invención suya, lo que exige unas cuerdas inusualmente largas (al parecer se las fabrican para él) y de ahí que esa sonoridad pueda resultar más presente, carnosa, detallada, corpórea… El concierto exige lo máximo de ambos intérpretes y lo dieron. Aunque a veces tocan juntos, otras veces se imitan, tal vez lo más difícil fuese enlazar cada una de sus intervenciones, lo que requiere una sincronización absoluta entre los dos. A veces la partitura demanda que uno termine en la misma nota que el otro empieza (estratificación) por lo general a velocidades de infarto; en otras ocasiones parece que simplemente tocan juntos, pero sus movimientos se perfilan en espejo (cuando uno sube el otro baja) o los arpegios adoptan rítmicas distintas (uno con tresillos y el otro no). Sin embargo, se les vio plenamente compenetrados, relajados, con una complicidad absoluta, intentando casar siempre sus diferentes sonoridades (la más aguda con la grave) . La directora, que se había aprendido de memoria los 45 minutos orquestales de la sinfonía con escaso convencimiento , se integró con la orquesta como en un trío con los dos solistas, refulgiendo en una obra que era de acompañamiento (excepto ritornelos) y a la que tenía que seguir con partitura.



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Author : (abc)

Publish date : 2024-02-22 20:57:49

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