Amaneció con los nubarrones grises con los que se despidió la noche anterior. Mal presagio para comenzar las horas del nudo en el estómago, de los últimos retoques al hábito nazareno para andar por la tarde sobre el camino de las devociones de siglos. El Jueves Santo no puso el sol en lo alto del cielo azul que todos esperaban en los primeros compases. Demasiados días sin certezas pesaban ya en el ánimo de las cofradías y en el público, la tregua que parece que iba a haber tras tantos días plomizos no era tan cierta. El viento frío seguía congelando el ánimo de la primavera, se hacía sorprendente ver abrigos bien entrado abril. Por segundo año consecutivo, la devoción y la fe a tiempo completo parecían no ser suficiente. La consulta apresurada en las aplicaciones de meteorología le robaban minutos a lo que de verdad importa. Pero antes de las cinco de la tarde el sol se hizo ayer un lugar entre las nubes en este mes de las mil lluvias. Los más ansiosos por ver salir la primera cofradía aguardaron ante la puerta de la parroquia de San Francisco y abarrotaron la calle Diario de Córdoba. Por más que pasan los años no se acostumbra nadie a estar en ese enclave de la ciudad, siempre sorprendente, entre naranjos y un ambiente recogido en el que la luz brilla de modo especial. El silencio se hizo mientras el cortejo de nazarenos rojos y negros le abría la senda al Cristo de la Caridad, que compareció ante el numeroso público reunido. El clasicismo de los claveles rojos salteados en las jarras con espigas de trigo, y el monte rojo en el que la Virgen estaba a los pies de la cruz recordaron bien al principio el carácter eucarístico del día. Los legionarios del Tercio Gran Capitán número 1 volvieron a acompañar musicalmente al paso y fue muy elevada la expectación por admirarlos en cada movimiento. Una saeta recibió al rotundo Crucificado, que fue repartiendo Caridad por las calles, como recalcó el capataz en la primera levantá. Lo cierto es que era constatable que había mucha sed de procesiones por las horas que la lluvia robó al disfrute el Miércoles Santo . Se notaba en los comentarios, en las fotos y los vídeos que todo el mundo quiso dejar inmortalizado en cada instante. La marea de nazarenos del Caído fue surcando la Cuesta de San Cayetano y emprendiendo su estela rumbo a la Catedral. Pasados diez minutos de la taurina y lorquiana hora de las cinco de la tarde era el momento de contener la respiración esperando para poder ver a Jesús Caído y a la Virgen del Mayor Dolor en su Soledad. El Señor lució la túnica de Lagartijo, que data de finales del siglo XIX, y que donó el diestro, que fue hermano mayor de la corporación, en su momento. Este gesto, con reminiscencias antiguas y de otra época, lo tuvo la cofradía en recuerdo del 125 aniversario de la muerte del primer Califa del toreo. Tras el paso, el habitual y nutrido grupo de toreros de esta tierra, entre ellos Rafael González ‘Chiquilín’, Antonio Tejero, José Luis de Córdoba y José María Montilla. Rosas malvas y statices morados fueron su adorno. El palio de la Soledad de San Cayetano se pudo apreciar por primera vez en movimiento, con las nuevas proporciones adquiridas tras la remodelación y el nuevo aspecto de las bambalinas. La banda de música de la Esperanza interpretaba la marcha ‘Virgen de las Angustias’ mientras se encaminaba hacia la iglesia de San Andrés y las oraciones de los espectadores llegaban desde las ventanas y las azoteas de las casas, incluso. A primera hora de la tarde el cortejo de la hermandad de Jesús Nazareno impuso el silencio en el bullicio alegre de las calles. María Santísima Nazarena lució en su paso de palio los nuevos faroles de cola en madera de cedro en color caoba y con apliques en plata en armonía con la impronta estética de toda la cofradía. Eran nuevos, pues hacía muy poco que salieron del taller de Manuel Valverde, pero parece que llevaran más años junto al manto. Los iris morados con la caoba, la peana de Jesús Nazareno , el Seño portando todo el peso de la cruz con tan dulzura, otra estampa clásica de la Semana Santa de Córdoba que se ofreció en las retinas desde el primer instante. Muchos hermanos pasaron rezando el rosario, muchos pies descalzos sobre la fría calzada, muchas cruces sobre los hombros se vieron en el cortejo de esta cofradía. El sol seguía ganándole el pulso al cielo. El viento era brisa fresca en mitad de la tarde con temperaturas más cálidas. Del mismo lugar en que otros días llegaba el castigo venía despejado. La Sagrada Cena salió desde la zona oeste para recordar el sentido más profundo del Jueves Santo, la institución de la Eucaristía. Desde la parroquia del Beato Álvaro de Córdoba , la Esperanza y la Fe llegaron entrelazadas para confluir en el reguero de devociones que acude a la Santa Iglesia Catedral en pleno Año Jubilar que ensalza la segunda virtud teologal. Todos los componentes del cortejo de la hermandad de la Sagrada Cena, por las amplias avenidas de su barrio, fueron peregrinos de Esperanza. La cofradía atravesó los jardines de Vallellano y fue la que recorrió más metros este día para realizar la estación de penitencia en el templo mayor de la diócesis. Volvió a sobrecoger con Nuestro Padre Jesús de la Fe. El gesto de entrega del Señor y la presencia del traidor entre los doce volvieron a revivir esta escena con la misma verdad de siempre. Flores rojas variadas intercaladas con hojas de helecho y eucalipto sobresalieron entre el dorado del paso de misterio. Qué decir de su Madre. María Santísima de la Esperanza del Valle contagió de verde las calles y su alegre palio plagado de flores blancas, desde rosas hasta calas, fue la alegría en las horas en que la Pasión de Jesucristo alcanzaba las horas culminantes. Los sones de la banda de música Tubamirum invitaron a no perder la Fe, a mantener la certeza ante la incertidumbre. Se había ido el miedo y comenzaba el disfrute pleno. La presencia de todas las cofradías en las calles era un hecho. En pleno corazón del casco antiguo, desde el joyero de San Agustín salió Nuestra Señora de las Angustias, la última obra escultórica que alumbró Juan de Mesa. Una saeta con voz de mujer la recibió en la calle Muñoz Capilla cuando el paso dejaba atrás el Palacio de Viana. La belleza en su máxima expresión y el dolor de la Madre con el hijo muerto en brazos alcanzaron su esplendor mientras avanzó cada segundo. Se abrió paso, hermosa, sobre un monte de claveles y pequeñas rosas malvas en las jarras. El manto negro y la saya negra, y en su pecho, el corazón traspasado por los siete puñales y la clásica espina en la mano, que se supone que la Virgen le ha quitado de la frente al Señor. Las plegarias a la Virgen no cesaban. Monumental resultaba la entrada de la Piedad bajo la Puerta del Puente mientras el cortejo se encaminaba al interior de la Catedral. Hubo plenitud en el aire, el Jueves Santo triunfó con su aspecto invariable. El Santísimo Cristo de Gracia reinó sobre el Calvario con sus inconfundibles flores, las aves del paraíso, y una variedad inmensa de especies , entre los que fueron notables la esparraguera, el helecho y el espárragos. Para el Esparraguero quedó esta ofrenda que primorosamente recogieron y entregaron por la mañana, como es costumbre desde hace cinco décadas sus fervientes devotos. Es el signo más entrañable y humilde al Santísimo Cristo de Gracia, origen de su devoción popular tan arraigada en el barrio del Alpargate. Una vez dejó atrás la parroquia de Nuestra Señora de Gran Gracia y San Eulogio, la trasera del paso se vio recién restaurada. A los pies del Crucificado la Virgen de los Dolores destacó con su saya roja en nuevo terciopelo y con los bordados restaurados y pasados a ese soporte por Francisco Pérez Artés. En un día impregnado de los valores de la tradición, el clasicismo y la historia inmutable, la juventud estuvo muy presente en todos y cada uno de los cortejos: en el de la Sagrada Cena, en el de Nuestra Señora de las Angustias, en el de Jesús Caído, en el de Jesús Nazareno, en el de la Caridad. En la procesión del Cristo de Gracia no fue una excepción, bien al contrario: sus músicos y sus nazarenos dejaron una profunda impronta en las calles. La cofradía incorporó el nuevo estandarte de juventud , obra de Pérez Artés, terciopelo burdeos y estilo neogótico en consonancia con todo el guion y el paso del Crucificado. ‘Juventus Gratiae’ reza. La Gracia de la juventud, la juventud de Gracia y la de todas y cada una de las hermandades encarnan el futuro que no renuncia a su papel. Vestidos de esclavinas, llevando el cirio, con el costal, poniendo la música. El eco de las saetas que honraron con su hondura a las imágenes en calles estrechas y por sorpresa fue omnipresente durante toda la jornada. Se sintió además en los Patios, en torno a la intimidad del altar doméstico y el inconfundible ambiente de las casas de vecinos. Plantas, incienso y Semana Santa se enlazaron en estos únicos enclaves. Mientras tanto, el Jueves Santo seguía cautivando a propios y extraños, no importaba el origen. Los mismos que están acostumbrados a apreciar estos pasos se sorprenden cada año descubriendo su ciudad y sus tradiciones, en toda su belleza. Mientras las seis cofradías del Jueves Santo iban encarando los caminos de vuelta o la entrada en sus templos y deleitándose en cada metro con la satisfacción de haber tenido la venia del cielo, la Madrugada se disponía a cobrar el protagonismo para recibir al Cristo de la Buena Muerte desde la iglesia de San Hipólito. Llegan horas de austeridad en torno al Crucificado de Castillo Lastrucci y desbordante de belleza con el palio de la Reina de los Mártires. El silencio marca el ritmo rápido que lleva Cristo muerto ya, para la redención y la salvación de la humanidad.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-04-17 21:57:00
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