Y el sol salió. Secando las penas de Los Gitanos que no pudieron sacar el Miércoles Santo a sus dos Titulares . Y estuvieron casi a punto: la Cruz de Guía debajo del dintel y el alma en vilo. Pero a estas alturas de abril hay jueves, santos o laicos, que amanecen rasos aunque luego unas nubes de evolución hagan sus diabluras. Jeribeques en el aire, no más. Así se presentaba a ojos del cronista Jesús el Pobre. Trágico en su pobreza y rico en sus hermanos. Mas este año que estrenaba en los faldones bordados obra de Jesús Hellín. Jesús el Pobre en su templo de San Pedro el Viejo, de donde nace un canalillo que va a parar por debajo del Viaducto, reconcilia al cofrade con lo que es más propio, aunque la Semana Santa de Madrid sea un crisol. El Pobre es hermandad de la que se guardan las estampitas, venerada a carta cabal en la ciudad y fuera de ella. El Pobre , y a su puerta, en la plaza íntima que la rodea, era aguardado por gafas de sol por Teresa, «devota y del barrio de siempre»: «Esta forma de salir de El Pobre no la hay en toda España», añadía. Teresa siguió la tierna espera bajo un sol de justicia, para luego advertir al cronista el consabido: «Ponlo en el artículo». María Santísima de la Anunciación, la advocación mariana que acompaña a este Cristo Cautivo, también tenía que estrenar: unas enaguas, que junto a los paños de bocina, era lo más novedoso que la cofradía ponía en la calle. Hay devociones en Madrid, pero la del Pobre es muy suya. En los cartelones de Adviento, en los de Cuaresma. En todos los lugares en los que fuera menester. Porque salir de un templo, de una reliquia de Madrid casi a gatas tiene su mérito. Un mérito que se repite año a año, como una ofrenda. Dentro del templo, una hora antes de la salida, frente al calor relativo de la calle, había en la iglesia una temperatura de velas derretidas y una estampa de mantillas en ‘procesión’ rumbo al excusao. Persignaciones ante los dos Titulares. En medio del culto interno, un altavoz, en estéreo atronador, pedía silencio. Silencio desmentido por los tambores de fuera. Jesús Rodrigo, diputado de tramo, estaba feliz y «lleno de esa esperanza por estar por los que no están y por los que no pueden estar». Gustavo Córdoba, ceriferario, revelaba el «nerviosismo y también la ilusión» después del año pasado y la lluvia que les hizo presentar a su Ecce Homo al pueblo y encerrarse en una letanía de lloros y rezos. Fue cuando salieron brevemente los esforzados anderos para presentar a su Cristo al pueblo los minutos que la tormenta permitió. A Javier Ortega Smith, ayer mismo, se le vio llegar a menos diez al templo del Pobre, sirva de ejemplo el de Ortega Smith de que en Madrid, en Semana Santa, no va ya cabiendo un alma. Y él vio como los anderos de Cristo y Virgen rozaban con el pecho el suelo. Esa salida que debe ser patrimonio Inmaterial de la Humanidad. Minutos después, pasando todos los controles habidos y por haber, el cronista pudo penetrar en la colegiata de San Isidro, conocida de otros días de campanarios y toques a gloria. Dentro de la colegiata, a cinco metros cada uno del Altar Mayor, Jesús del Gran Poder y María Santísima de la Esperanza Macarena. Frente a frente. Las ‘dos Sevillas de Pasión replicadas, con sus particularidades, en el centro de Madrid. Silencio frente a trompeta, un baile Mariano frente al ronco sonido del llamador y la ‘crujía’ de la parihuela. El mundo, dentro de la colegiata de San Isidro parece que no existía. Había murmullos, pero el incienso apaga todo. Daniel López, joven costalero, quizá de los más jóvenes, hablaba de los «nervios que irán pasando a emoción» cuantas más chicotás haya. A los pies de la Virgen, bromas silentes sobre la colocación en las trabajaderas. Esos nervios que a los más mayores les hacía hablar de fútbol por destensar. Juan Carlos, veterano miembro de la Cofradía, se llevó del alcalde, José Luis Martínez- Almeida, un pescozón: «Espero que durmieras bien ayer», en relación a la eliminación del Real Madrid. Eso dentro, porque en la calle de Toledo, justo en este enclave de Madrid donde estudió Pío Baroja, la escolta de gala de la Guardia Civil y de la Policía Municipal se preparaba. Por ahí pasó repartiendo estampitas Pirri, dicho por el mismo, «uno de los costaleros más antiguos de la Macarena». Se vio cómo los números beneméritos se llevaban la estampitas a las partes más secretas del tricornio. Por no sudarlas. Y salió el Gran Poder, con el esfuerzo de la mentada rampa a un Madrid colapsado. Venturosamente colapsado. Resonaron a menos siete las campanas de San Isidro por su Gran Poder y su primera chicotá silente. Y a las siete y diez salió la Macarena en un Madrid que le daba gritos de guapa a los sones de su himno: ‘Esperanza Macarena’. Hasta la primera ‘revirá’ y reventona de claveles.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-04-17 18:17:00
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