La vida estaba allí. En los alhelíes temblando en la mañana de la Virgen de la Palma. En las campanitas que anuncian al doblar de una esquina que el alma se asombrará de la belleza inmaculada de la Esperanza . En el instante en que las trompetas cantan y la marcha es más que nunca oración, motete sagrado para contar el sudor de sangre del Señor de la Oración en el Huerto. En Jesús del Silencio preguntando sin abrir los labios ante una paleta de colores inverosímil en el Puente Romano. En lo que se espera y a veces no se tiene y esta vez sí llegó. En lo que no se espera y llega. En lo que jamás decepciona y en aquello a lo que hay darle un par de oportunidades y después dar las gracias por insistir. La vida estaba en los jóvenes que todavía no habían vivido muchos, en aquellos que tenían todavía presente la tristeza del Domingo de Ramos anterior y tenían la misma sensación de quien entra por primera vez a la que tiene que ser su casa . La vida estaba en los mayores que se reconocían en el calor de la bulla , en una música que se repite sin buscarla, en una tarde que nadie soñó tan buena y ahora tendrá que servir para amasar recuerdos , para pasar cualquier otro día por el rincón y recordar lo que había pasado allí mismo. Para quedarse a vivir todo el año en el Domingo de Ramos y cuando llegue al cabo del tiempo otro más, y lo iguale, o lo supere, esté todavía el recuerdo de aquel que salió victorioso de un chaparrón . Había empezado el Domingo de Ramos a prueba, a crédito, y la experiencia no ayudaba. El cielo estaba por San Lorenzo tapado y en algún momento también gris oscuro. No amenazaba la lluvia , pero flotaba en el ambiente el aguacero que había obligado a refugiarse y a volver a las hermandades del Sábado de Pasión . Una cofradía que avanza, que pone a sus imágenes el centro de una bulla y que obliga a todo el mundo a mirarla y a preguntarse cosas siempre es capaz de disolver las dudas alrededor. La Entrada Triunfal no tuvo dudas y más que salir también abrió aquel Domingo de Ramos que tiene que ser el de siempre. El misterio de la Borriquita mejora a pasos pequeños: si el año pasado era el atuendo de Jesús de los Reyes, en este 2025 eran los ropajes de las figuras del misterio. Ahora el color de sus flores era el morado al malva, ya de presentimiento de la penitencia que está al llegar. Quien lo busca en los primeros metros lo recuerda con marchas de aliento épico y metales tan poderosos como la zancada de la gente que lo lleva de San Lorenzo a la Catedral, y era buena señal que apenas se pudiera caminar por las calles mientras pasaba. El que ansía un Domingo de Ramos lo hace pensando que su música primera será la que enlaza ‘La Estrella sublime’ y ‘Coronación de la Macarena’ y avanza la Virgen en delicadeza haciendo de oro la mañana. Porque al venir Nuestra Señora de la Palma se había hecho ya la mañana primavera , y las flores parecían bañadas en la luz de una luz que sólo podía ser de un día. Las familias esperaron a la Entrada Triunfal en el Potro, en la Ribera y al salir de la Catedral, y por Cardenal González el misterio avanzaba, cambiaba el andar, impresionaba a los niños y hacía exclamar a los jóvenes. Poco antes de las cuatro de la tarde, justo cuando se recogía la Virgen de la Palma y tenían que salir las cofradías de una tarde temprana , empezó a llover. Fue una nube larga y constante, que no hizo correr a nadie, pero que tampoco dejó de descargar en unos cuarenta minutos, justo en el momento en que tenía que haber cruces de guía en la calle. Llegaron las primeras venias de media hora , pero esta vez dieron su fruto. En el tiempo de reflexión las cofradías decidieron retrasar el acceso a la carrera oficial, y con ello todo el Domingo de Ramos, quince minutos, para que todas tuvieran margen. Tres cuartos de hora después de lo previsto, cuando ya no llovía, el cielo se había vuelto azul y las nubes negras se habían alejando por el este. Muy poco después las Penas se estaba preparando para salir. Hace mucho que al pasar por la vieja calle del Sol, ahora Agustín Moreno, hay que imaginarla repleta de capirotes negros, cuajada de devotos en los balcones, medida por los brazos de la cruz del Cristo de las Penas. Venía por calles repletas, porque era tarde de bullas , y avanzaba como navegando por un mar tranquilo de cabezas, por primera vez con la banda de los Gitanos de Sevilla. Brillaban al sol de la tarde las rosas rojas y en cada cimbrearse a un lado y a otro, en cada lágrima que parecía brotarle a la Virgen había como un cariño de que el Señor de Santiago no se despertase del sueño que no querían quitarle los suyos. Como todos los años. Venía María Santísima de la Concepción también mirando al cielo y había ganas de seguirla en la distancia, de buscar una calle abierta para buscarla otra vez por un costero, pero también caía todo el mundo en la cuenta de que entre tanto corazón que lo deseaba todavía el mundo debía tener derecho a mirarla . El Rescatado salió con más de una hora de retraso y sobre la marcha se improvisó un cambio de orden: la Vera-Cruz saldría sólo quince minutos más tarde para ser la segunda en la carrera oficial, y evitar así un parón demasiado largo. La multitud que esperaba en la plaza del Cristo de Gracia había pasado de usar los paraguas para protegerse de la lluvia a tenerlos de sombrilla para evitar el sol primaveral que ahora golpeaba, pero todos los cerraron al ver aparecer a los nazarenos, este año desde la iglesia, y no desde el local de los pasos. Los que vieron al Rescatado aparecer en majestad, los que le buscaron los ojos bajos que no se sabe si son de tristeza o de cercanía a sus devotos, también pensaron que este es el tiempo en el que quieren permanecer, incluso aunque no estén. Se quedará su recuerdo con una alfombra de flores rojas, rosas y calas entre ellas, y en los bordados de la túnica de cola. La cofradía ganaba metros y recuperaba tiempo cuando la Virgen de la Amargura pisaba la plaza, al son de la marcha ‘Jesús Rescatado’, y sus lágrimas y su palio oscuro daban el presagio de que la fiesta es bella pero está hecha para completar el dolor. De pronto las calles estaban llenas. Córdoba se había olvidado de las nubes, de los paraguas, del tiempo incierto, de las dudas. Los que no habían podido llegar a San Andrés para ver salir a la Esperanza, porque en ninguna época del año como en esta se sueña con el don de la ubicuidad . No se cabía por Fernán Pérez de Oliva o por Orive. Para remontar a la cofradía había que irse a las Tendillas, y allí estaba, buscando la carrera oficial por la Trinidad y por Fleming . El Señor de las Penas, más agobiado que nunca por el dolor en la fuerza de la tarde intensa, regaló a quien esperaba la escucha de ‘Reo de muerte’ y con eso el veneno dulce para pensar que a veces lo que se hace en casa también es lo que se vive en la calle, y aunque hubiera mucho público, por la anchura de la plaza se podían buscar los giros, las esquinas, y el que se hubiera quejado de esperar ya lo había olvidado todo. Estrenaba los faldones delantero y trasero bordados, por Jesús Rosado y con dibujo de Rafael de Rueda según la túnica roja del Señor. La Esperanza se presentía en las campanas y en la música alegre todavía antes de verse, y lo primero era la sorpresa, aunque fuera esperada, de la bambalina frontal que han bordado Sucesores de Caro. Sobre el palio es una caída de malla con una crestería verde , nada ajeno, aunque mejorado, a lo que siempre fue la estética de su palio. Cuando se bañaba en la luz de la tarde iban formando las sedas y las piedras irisaciones que llamaban la atención, pero una vez que la Virgen de la Esperanza ya estaba cerca era sólo Ella. Los perfiles llenos de belleza , la boca suspirante, los ojos verdes, la delicadeza abrumada. ¿Quién iba a querer que dejase de ser Domingo de Ramos entre la exuberancia de sus alhelíes y gladiolos? Era Domingo de Ramos y había que buscar la calle de la Feria, llena con la cofradía del Huerto. Delante del primer paso iban nazarenos de gris y morado , con el hábito que tuvo la cofradía antes de su disolución de 1962, y que era un recuerdo en el año de las bodas de oro de su refundación. Vestía el Señor de túnica blanca y mantolín rojo, como en 1976, cuando regresó a la Semana Santa , y hubo quien se sorprendió de ver algo en la frente. Es el sudor de sangre, también presente en las manos, que ha emergido tras la restauración de Ana Infante de la Torre. En su paso de flores moradas y en la música de la Redención permanecen muchos desde la tarde de ayer. El Amarrado a la columna vino severo, hondo, como suele, en un calvario de claveles morados y con iris en las esquinas, y tuvo en las marchas fúnebres estampa de Viernes Santo viejo, aunque nadie lo viviera. Había que mirar a los ojos grandes y expresivos de la Virgen de la Candelaria , caer en la cuenta de que el palio, ya terminado, más que un lujo, es una oración llena de símbolos, y soñar que tardase un poquito más en marcharse para no dejara de mirarla en la majestad de sus rosas blancas. Por el Guadalquivir llegaba la Vera-Cruz, ya por fin en un Domingo de Ramos pleno. La Cruz de la Vida del Señor de los Reyes era en el Puente Romano más que nunca signo de redención que se alzaba sobre la ciudad, y la Virgen del Dulce Nombre, clásica también en claveles que para Ella eran blancos. Caía la tarde y no había nadie que recordarse nada parecido a una nube. Para quien no sube al Cerro era el momento de encontrar al Señor del Silencio , otro año más, y reparar en lo que dice sin hablar, y seguirlo por un costero. El día de adivinar lo que dicen las devotas al Cristo del Amor en su paso, compuesto esta vez como un mosaico de flores silvestres que aparecieran en cualquier tarde de primavera, tan pletórica. El día otra vez de mirar a la Virgen de la Encarnación y darle las gracias por haber ayudado a las cofradías a brindar un Domingo de Ramos en que quedarse a vivir mucho tiempo.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-04-13 21:36:00
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