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La última vez que vimos nazarenos por las calles de Sevilla fue bajo un paraguas en la lluviosa mañana del Domingo de Resurrección. De aquello ha pasado más de un año, un tiempo en el que anhelamos reencontrarnos con la belleza de un rito que se nos quedó a medias y que ayer volvió a su ser primigenio. El Viernes de Dolores amaneció tormentoso pero mutó en una tarde primaveral en la que las seis hermandades y la agrupación parroquial de la jornada pudieron hacer su estación de penitencia sin mayor riesgo que el vaivén de emociones que se apoderó de sus devotos, el único sobresalto del arranque. Fue el día del triunfo de los barrios, el de su victoria sobre esa Sevilla (cada vez más arrinconada) que vuelve la cara a las vísperas en aras de una Semana Santa que no volverá y que hoy ya no tiene sentido sin ellas. Las bullas en los aledaños de los templos certificaron que están en lo cierto. Quedó claro cuando la sinfonía del Viernes de Dolores despertó al unísono en las calles del Polígono Sur y Pino Montano . En el primero, estrenando nazarenos verdes como la esperanza que pregonan. El segundo, sellando el auge de un cortejo que ronda el millar y que abrocha la fiesta patria de un barrio que es Catedral soñada para sus hermanos. ¿Quién pensó que esto no era Semana Santa? Ocurrió igual en Heliópolis con la Misión o en Bellavista , que volvió a ver al Señor de la Salud y Remedios tras su restauración. Todos ellos fueron escenarios de las primeras veces. El primer nazareno, el primer caramelo y la estampa que quedará en la chaqueta hasta el último día. Y también los primeros paraguas, con los que los sevillanos que hacían fila tras las vallas (que a los barrios no llegaron las líneas rojas) se refugiaban del sol que picaba con fuerza a primera hora de la tarde. Bendito problema, pensarían algunos a la vista de los malos augurios que quedaron en nada. Pero este Viernes de Dolores fue, por encima de todo, el del Polígono Sur. Bendición y Esperanza abrió los desfiles procesionales de la jornada y de toda la Semana Santa de Sevilla por primera vez como hermandad de penitencia. El barrio obrero echaba a andar a eso de las cinco de la tarde con un cortejo de nazarenos blancos con capa del mismo color y antifaz verde . La hilera de alrededor de cien integrantes con sus túnicas nuevas e impolutas se completaba con los respectivos acompañantes que los avituallaban, especialmente en el caso de los más pequeños. Tras ellos, una representación de la Carretería, hermandad madrina , y el paso de misterio del Señor de la Bendición y la Virgen de la Esperanza, que fue recibido con oles y aplausos en un día histórico para el Polígono Sur mientras la cuadrilla se recreaba al son de la agrupación Santa María de la Esperanza. En ese instante la espera estaba a punto de estallar en Pino Montano . Los últimos nazarenos llegaban a la parroquia de San Isidro Labrador en una curiosa estampa que los mezclaba con los operarios de la obra de la línea 3 del metro , que por cierto había obligado a la hermandad a cambiar parte de su recorrido. Poco antes de las seis se abrían las puertas para dejar paso a la cruz de guía, envuelta en la algarabía de las decenas de niños de sus tramos. Lo hacía solo unos meses después de aquel octubre extraordinario en el que la Virgen del Amor presidió una misión evangelizadora por los 25 años de su bendición. Su barrio la esperaba como si el tiempo no hubiera pasado. Todo perfectamente medido: la chicotá hasta el dintel, la lluvia de pétalos y la salve que cantaban las vecinas. El obispo auxiliar, Ramón Valdivia, veía la salida con la vara dorada en la presidencia . Lo había hecho antes con el paso del Señor de Nazaret, otra vez con la túnica morada que se bordó con las donaciones de sus devotos y que encaja a la perfección con la tez morena de una imagen a la que mecían sus costaleros de un modo sublime . Eran casi las siete de la tarde y el Viernes de Dolores estaba lanzado. En Heliópolis , una larga fila de capirotes celestes tomaba sus frondosas calles y avenidas entre grandes masas de personas. El Viernes de Dolores es el día grande de un barrio que, tras la fiesta bética del jueves por la noche, cambiaba rápidamente de tercio para hacer estación de penitencia con el Señor de la Misión, revestido con todos sus atributos, y la Virgen del Amparo . Si clásica es esta cofradía entre las de Vísperas, clásico es también su repertorio, interpretado de forma magistral por las Cigarreras mientras el paso avanzaba de frente con paso largo. La hermandad, que bebe del colegio Claret, tiene el futuro asegurado , como acreditaba su veintena de monaguillos y buena parte de los nazarenos del cortejo, que apenas levantaban unos palmos del suelo. Tampoco faltaron las visitas a las residencias de mayores ni al hospital Virgen del Rocío , tratando de hacer más llevadera la calle de la Amargura que, como los titulares de la corporación, están atravesando algunos sevillanos estos días. Los confines de Sevilla por el sur también vivían su día más esperado. La hermandad del Dulce Nombre de Bellavista , que cada año atrae más público, salía por última vez desde la carpa instalada junto a la parroquia del Sagrado Corazón rodeada de todo el fervor de sus vecinos. El año próximo lo hará desde la nueva puerta lateral del templo. El barrio se desbordó en cada calle y plaza con una cofradía que derrochaba autenticidad y carácter popular sin complejo alguno. Como prueba de ello, la expectación que generaba el misterio del Señor de la Salud y Remedios a su paso por la plaza del Retiro o la arrolladora estética del palio , con la venerada imagen de la Virgen obra de Álvarez Duarte estrenando toca y manto y unas esquinas cuajadas de coloridas flores. Este arranque de la Semana Santa de abril nos dejó unas luces inéditas en la tarde. El último sol de la jornada se posaba sobre el Cristo de la Corona justo en ese instante en el que se asomó por la Puerta del Perdón, huyendo por unos minutos del tenebrismo de la noche pero sin renunciar al propio ser de su cofradía. Muchos turistas de paso se quedaban admirados con la escena junto a una Carrera Oficial a medio montar . El Señor avanzaba con paso firme por las gradas de la Seo, precedido por menos de un centenar de nazarenos morados con su cirio al cuadril. El murmullo de extrañeza a su paso perdía fuerza ante las majestuosas voces de la escolanía salesiana. Un golpe de llamador mandaba arriar los zancos y permitía ver al detalle las potencias y la singular corona de espinas de plata que ceñía la sien de la talla y, cómo no, esa cruz a la que se abrazaba, hecha de madera de tuya, regalo de la ciudad marroquí de Essaouira como símbolo de fraternidad. El madero, como el Cristo, era capaz de hablar en el silencio. Fue el mismo mutismo que sobrevoló los viejos campanarios de Sevilla para perderse en las torres de Triana. Desde allí era posible ver al crucificado de Pasión y Muerte bajando la rampa de la parroquia de San Juan Bosco poco después de las ocho de la tarde. La hermandad ganó con la mudanza y se hizo grande en cada gesto. Sólo dos golpes de un palermo fueron suficientes para que la cruz de guía avanzara por Condes de Bustillo. Un toque metálico de la pértiga logró hacer fila en los acólitos y los tres aldabonazos secos de Vizcaya en el llamador encauzaran al Cristo de Navarro Arteaga en su caminar hacia Santa Ana. Triana se ajustó a la medida de su cofradía de negro cuando llegó a la parroquia. El cortejo abrazaba la escena. Eran los que tenían que ser. Unos 80 cirios, todos encendidos, más una decena de monaguillos que afrontaban sus primeras veces. Una estampa que sabía al blanco y negro de otros tiempo en el multicolor del barrio que la vio nacer. Entonces, la noche ya había tomado el mando en Sevilla, pero en los barrios seguía ganando la partida la luz de un Viernes de Dolores que venció todas las batallas para estrenar una nueva Semana Santa.



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Author : (abc)

Publish date : 2025-04-11 22:16:00

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