Hay recetas que son mucho más que la suma de sus ingredientes. El ajoblanco es una de ellas. Con su base de almendra, ajo, pan, agua, aceite y vinagre, esta sopa fría ha sido durante siglos alimento de subsistencia y ejemplo de ingenio culinario. Originaria, según muchos, de la zona de la Axarquía ―aunque los orígenes de las recetas siempre son susceptibles de debates― esta elaboración aprovecha lo que había en la despensa para convertirlo en un plato refrescante, sabroso y profundamente nuestro. Aunque existen versiones modernas que incorporan ingredientes como frutas, mariscos o emulsiones diversas, en esta guía hemos querido centrarnos en la receta de siempre. La de toda la vida. Esa que se sirve con uvas moscatel, pan del día anterior y ese toque de vinagre que despierta el paladar. La que se elabora sin artificios, confiando en el sabor de los ingredientes humildes y en la sabiduría de quienes llevan haciéndola durante generaciones. La buena noticia es que la provincia de Málaga conserva una excelente representación de locales que siguen apostando por esta versión más purista del ajoblanco. Bares, tabernas, restaurantes y ventas que no necesitan reinterpretarlo para destacar. En esta guía te proponemos una selección de cinco de esos sitios que aún preparan el ajoblanco como se ha hecho siempre: con mimo, respeto al producto y un sabor que nos conecta directamente con la memoria. Porque el ajoblanco, además de una sopa fría, es¡s cultura líquida, historia viva y una forma deliciosa de sobrevivir al calor. Y, como todo clásico bien hecho, no necesita grandes cambios para seguir conquistando. Próxima parada: los mejores ajoblancos de Málaga. Empezamos por donde casi todo comienza: la Axarquía. En Almáchar, el ajoblanco es casi una seña de identidad, tanto que cuenta con su propia fiesta —la Fiesta del Ajoblanco—, declarada de Interés Turístico Provincial. Allí encontramos el Bar López, abierto desde 1975 y regentado hoy por Paco Redondo, que continúa la labor que comenzó su padre. Su ajoblanco se mantiene fiel a la receta tradicional: almendra, pan, ajo, vinagre, aceite y sal. Todo producto local, elaborado como se ha hecho siempre. Aunque lo habitual sería servirlo en verano, en el Bar López lo preparan desde marzo o abril hasta octubre, adaptándose a ese calor que cada año llega un poco antes. El resultado es una sopa fría con todo el sabor de la tradición. En pleno corazón del Valle del Abdalajís, esta venta familiar es uno de esos lugares donde la cocina tradicional sigue hablándose en voz alta. Aquí el ajoblanco se prepara con materia prima de cercanía, en una receta que no admite atajos: almendras, pan, ajo, aceite de oliva, vinagre, agua y sal. Producto de kilómetro cero para una sopa que sabe a territorio. La temporada en Los Atanores arranca en mayo y se prolonga hasta finales de septiembre. Cada día se preparan entre 40 y 50 raciones, que suelen acabarse antes de que termine el servicio. Lo sirven con uvas o melón, y, en los últimos tiempos, también con mango u otros ingredientes que encajan con su sabor. Un giro sutil que no altera la esencia del plato, sino que demuestra que la tradición, si se respeta, siempre puede dialogar con lo nuevo. En el corazón de El Borge, donde el ajoblanco es parte del alma gastronómica del pueblo, la Posada del Bandolero lleva años ofreciendo esta sopa fría con fidelidad a la tradición local. Una de sus particularidades está en el tratamiento de la almendra: antes de su uso, se hidrata durante varias horas, logrando así una textura especialmente cremosa. La receta sigue el método clásico: almendras, pan, ajo, aceite, vinagre, agua y sal. En función de la temporada, lo sirven con uvas moscatel —el acompañamiento tradicional del pueblo— o con frutas como cereza, fresa o mango, según disponibilidad. Todo ello elaborado con productos locales, desde el pan de la panadería del pueblo hasta las almendras de los agricultores vecinos. El ajoblanco ocupa un lugar destacado en la carta veraniega del restaurante, y no es para menos: año tras año, sigue levantando pasiones cuando aprieta el calor. En el restaurante Atalaya, ubicado en Comares, el ajoblanco es un clásico de su propuesta estival. Aquí lo elaboran de manera tradicional, con almendras, pan del día anterior, aceite de girasol, ajo, vinagre, sal y agua muy fría. Ingredientes sencillos que, cuando se tratan con mimo y experiencia, dan como resultado una sopa fría que no falla. El ajoblanco se sirve acompañado de uvas o de manzana, dependiendo del día. Aunque es una receta estacional, es una de las elaboraciones más demandadas durante los meses de calor. Producto local, saber hacer y fidelidad a la receta original son los pilares de este plato en el Atalaya. Una buena excusa para acercarse a Comares y, de paso, probar también sus migas cuando llegue su momento. Un clásico de la capital para disfrutar del ajoblanco es el restaurante Refectorium. Aquí lo elaboran siguiendo los preceptos más puristas, donde lo fundamental es contar con una materia prima de calidad. La almendra, como base principal de esta sopa fría, debe ser excelente, y así lo entienden en este templo de la cocina tradicional malagueña. El suyo se elabora sin vinagre, precisamente para no enmascarar el sabor del fruto seco, y se prepara a diario para garantizar la frescura. Cada mañana, el equipo de cocina lo trabaja con esmero y lo reserva en frío hasta el inicio del servicio del mediodía, momento en que está listo para llegar a la mesa. Un ajoblanco delicado, bien frío, que deja claro que, a veces, lo más sencillo es también lo más sabroso.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-04-08 15:20:00
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