Los anuncios de Donald Trump sobre aranceles no son un simple cambio de política económica, sino el fin del paradigma de libre comercio que Estados Unidos había auspiciado tras la Segunda Guerra Mundial. Es un anuncio tan importante como el del abandono del patrón oro acordado por Richard Nixon en 1971. La jornada que Trump definió como el «día de la liberación económica» de su país no sólo es una enmienda a la forma de estar del capitalismo estadounidense en el mundo, sino el inicio de un proceso que puede poner fin a un sistema de comercio internacional basado en el intercambio de bienes y servicios que nos ha permitido, con sus altibajos, la etapa más larga y de mayor prosperidad económica que ha conocido la Humanidad. Un Trump que no puede dejar de frivolizar, incluso en los momentos llamados a pasar a la historia, desarrolló un discurso victimista en el que puso a Estados Unidos como el principal damnificado del libre comercio, cargando las tintas contra los presidentes que le antecedieron y contra sus aliados, especialmente los europeos, a los que describió casi como sanguijuelas. Anunciar los aranceles, con la entonación de quien presenta un concurso en televisión, fue la forma perfecta de concretar un despropósito en el que Estados Unidos se ha declarado agraviado por todo el mundo y dispuesto a castigar a todo aquel que no le rinda vasallaje. Hay quien ha dicho que Trump ha decidido llevarnos de vuelta al siglo XVIII, cuando el mercantilismo hizo rico al Reino Unido. Esta nueva vieja ola proteccionista, que va y viene a lo largo de la historia, no se había enfrentado nunca con un mundo tan convencido de las bondades de los intercambios. Por eso, hay dudas de que lo ocurrido ayer no tenga un resultado tan incierto como la célebre patada de la vaca que desencadenó sin querer el devastador incendio de Chicago. Los aranceles son impuestos y lo primero que harán será encarecer los bienes y servicios afectados. El nivel de integración de la economía mundial hace que algunos productos cuenten hoy con componentes procedentes de decenas de países, lo que significa que las empresas deberán rehacer sus cadenas de valor en función de los nuevos incentivos creados por Trump. El presidente confía en que, dado que Estados Unidos supone entre el 16 y el 26 por ciento del Producto Interior Bruto mundial (depende de la unidad de medida que se utilice), su enorme capacidad de tracción le permitirá prevalecer sobre los demás actores. Pero también puede suceder que Trump haya sobrevalorado la fortaleza de las bases de su poder económico. Lo más inquietante desde el punto de vista técnico es que la imposición de aranceles suele tener efectos distorsionadores sobre los tipos de cambio de las monedas. Esto supondrá un desafío adicional para los bancos centrales que tendrán que lidiar con las tormentas monetarias que pueden producirse en regiones muy penalizadas, como el sudeste asiático o Europa. La decisión de Trump tendrá altos costos para el consumidor norteamericano , que será el primero en notar sus efectos. Si se producen represalias generalizadas, también sufrirán sus exportaciones. Pero si el dólar se deprecia o se reevalúa ante las demás monedas, podemos estar asistiendo al inicio de la decadencia del dólar como moneda de reserva y de referencia mundial. China está muy atenta a los movimientos de Trump y dispuesta a aprovecharlos en cualquier descuido. Con cada nuevo arancel, su margen de maniobra se ha incrementado. Para Europa, la decisión de Trump constituye un desafío muy especial. La Unión Europea es la etapa superior del viejo mercado común, un proyecto que buscaba abatir las barreras aduaneras y crear una zona de libre comercio que prosperara en base a los intercambios, primero dentro del continente y después con el resto del mundo. El nuevo paradigma es una agresión a su razón de ser. La decisión de Trump de considerarla como un todo ha permitido que, de momento, la respuesta europea no presente fisuras. Hay que elogiar que, tras crear la impresión de que se respondería a los aranceles con la política del ojo por ojo, Von der Leyen haya preferido abrir un compás negociador. Y ponderar la rapidez con que Pedro Sánchez ha reaccionado, aunque su plan de gasto público sea muy cuestionable, sobre todo cuando ese dinero estaría mejor en los bolsillos de los contribuyentes. Hay también alguna incoherencia, como la de ese eslogan nacionalista que dice «compra lo tuyo, defiende lo nuestro». No se puede responder a Trump copiando a Trump.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-04-03 18:01:00
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Trump, el enemigo del comercio
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