‘Mil ojos esconde la noche’ empieza con una ‘misión sutil’ que involucra a Fernando Navales con el ambiente de artistas , periodistas, poetas, pintores, escultores, diplomáticos y falangistas de España en el París ocupado en 1940. Fernando malvive cumpliendo funciones periodísticas en el semanal falangista ‘El hogar español’, es un periodista con ‘estilazo’ comprometido con la supervivencia bajo el sitio nazi, la censura y la propaganda; y rendido a su propio resentimiento que le acompaña como un músculo, un estadío, una fuerza interior avalada por Marañón en ‘Tiberio’, una cita que ni Prada ni Navales permiten que el lector olvide. Una Historia (perdón por la mayúscula) que lleva a Navales por cada rincón de aquel París donde artistas, periodistas, poetas y canallas, pudieren ser apercibidos de seducción para posterior extorsión moral, contante o sonante. Se dice pronto, parece poco. Terminada la Guerra Civil, la posguerra arrastra hasta París a un siguiente microcosmos de desterrados, perseguidos, perdedores y otros que dan un palo al agua. Notables, miserables, ingeniosos, exquisitos o farsantes, según el prisma del tándem Prada-Navales, quien no duda en seducir y dejarse seducir por beldades, fealdades, manjares, gato por liebre, el bien y el mal, y todo lo que caiga en medio. El resentimiento de Fernando abarca todo: es ‘antigabachoisse’, crítico con Franco por nacional-seminarista y barrigón, ajeno a la deriva de su propio movimiento joseantoniano, escéptico y cínico. Es un antihéroe blindado como tal, amoral, madrileño y resentido, con buen uso de la pluma y de los puños. Cuarentón, solterón y ladrón, su rostro recuerda al del enano Aquiles de la película ‘El eterno retorno’, de Jean Cocteau. Pero, ¿quién no se permite imaginar un primer actor encarnando al personaje central de una novela, máxime el único personaje de ficción (o inventado) en medio de una galería alucinante de verdaderas personas que respiraron y caminaron sobre la tierra, por el París en aquellos años? Ruano, Marañón, Picasso, Grau Sala, Charles Lesca, Urraca, Ana de Pombo, Victoria Kent, Picasso, Rebatet, La Rochelle, Cocteau, Pepito Zamora y un sinfín de «malditos» en el exilio de los perdedores u otros que no terminan de resultar cómodos para el nacional-seminarismo chaquetero y barrigón, no obstante vigente hasta treinta años después del asedio. Resulta una lectura de profundo arraigo con la actualidad en tanto se pone en jaque a sí misma a través de las tribulaciones personales, espirituales y políticas de Fernando Navales. ¿Ofende acaso preguntarnos cuánto hay de Navales en Prada, o en cada uno de nosotros? El ‘alter ego’ es esbelto y soltero, quizás endeble, hace manejo exquisito del idioma que exprime con gracia y estilo, y ni él sabe si es completamente malo, maligno, redimido o imperdonable. ‘Alta la madrugada, esas horas en que hasta los hombres más desaprensivos ceden a la tentación de incubar remordimientos. Tan solo las oficinas de la avenida Marceau están abiertas mientras Europa se difumina a lo lejos. Lo vi alejarse, bajo un cielo en fuga de París, hacia un mundo que se derrumbaba o renacía. París con aguacero, un secreto bien guardado, el polvo de un castillo abandonado, la luna llena y el sol’. ¿Qué hace irresistible al «resentido» Navales, además de su lealtad ‘no corta de vista’ por la figura carismática de un ‘Ausente’ que aún hoy se recuerda con soterrada devoción, socarrón con un Generalísimo panzudo y veleta, que abyecta un proyecto seminarista o socialdemócrata, que soslaya la mediocridad fofa de los funcionarios, que atormenta con sus roscas a propios y extraños, que lubrica en el hambre de los adversarios sin terminar de ufanarse orgulloso, que aprecia sus veinte años de palizas y poesías (…), que abraza emocionado a sus adversarios a quienes despide como amigos, que no se arrepiente, más cerca de la resignación que de la esperanza? ¿Cuánto hay de Juan Manuel en Fernando, cuánto hay de nosotros en Navales, quien no se identifica con este cuarentón exquisito con tan buen uso de la violencia y la poesía, de su amoral ética, de sus dudas que alumbran las almas oscuras? Pregunta el amor blanco. En este desfile incesante de personas y personajes, pequeñas y grandes miserias, terror y hambruna, refinamiento y poetas malditos, Prada posa mil ojos y mil dedos en la llaga que supura hoy ‘desmemoria histórica líquida’. No da tregua al desconcierto de una tribu cultural (sin perdón por la minúscula) que, cínica o ingenua o las dos cosas juntas, reza a cualquier santa propaganda que le vista de seda, rechoncha de oropeles y taconeando en las alfombras rojas de ‘hall of shame’ reservado a la ‘aristocracia’ de los suplementos dominicales. Primero la literatura: esta novela es un ir y seguir viniendo de bocados para el lector, inclusive para aquellos que hacemos humilde uso del diccionario enciclopédico para descifrar la erudita sabiduría de un De Prada que somete al idioma, y al lenguaje literario, con naturalidad, gracia, todos los elementos, profundidad, humor y la oportunidad de identificarse con antihéroes ni tan anónimos ni tan ficticios (reales) como el protagonista de esta saga con una tensa pero cálida empatía quizás más allá de lo previsto: ‘antigabachoisse’, refinado, culto, hombre de letras y puños. Como si Juan Manuel, y su encarnación literaria protagonista, quisiera ofrecernos una «solución cristiana» o un atisbo de esperanza que desate el nudo de tanta inoperante discordia. La segunda parte (mitad partida) sorprende al fiel lector con una redención moral insospechada en veinte anteriores años de historia y lectura. «Tampoco tu corazón se ha vuelto de piedra, Fernando –susurró en la oscuridad–. Tampoco contigo ha podido el demonio», susurra Ana de Pombo –la asistente de Coco Chanel–, acurrucada al abrigo del antihéroe Fernando. «Estoy tratando de perdonar y perdonarme, pero no es tan sencillo», replica Navales. «Nada que merezca realmente la pena es nunca sencillo», sentencia Ana de Pombo, y el demonio emberrinchado porque el corazón de dos amantes convertidos en estatua seguía latiendo. Ese oxímoron conocido como «industria musical» es un micro clima que (en tanto es aquel que me resulta más familiar) podría comparar –por los pelos– con el de la colonia cultural española instalada en París en los años del sitio alemán en la Francia del armisticio: los alcahuetes, los que muerden algo de vez en cuando, los empleados públicos, la mala reputación, los poetas malditos, los que buscan por donde escaparse, los poderosos, los que se hacen ricos tras un escritorio, los enchufados, los estafadores, los covachuelistas, los que dieron un palo al agua, los rehenes, los que toman prisioneros, los exilados, los colaboracionistas, el servicio doméstico, los que escriben con estilo, los teléfonos pinchados, los que se la gastan en ropa a medida, los que se inventan medallas, los muy cansados, los resentidos, los orgullosos, los periodistas, los apoderados, los falsificadores y más agujeros que un queso. El antihéroe de ‘Mil ojos esconde la noche’ tiene lo suyo de estos convictos de la vida, una raza y un país en extinción. Entonces el puente con la realidad y con el único tiempo que consta existe, el que está pasando, ahora. Un hombre que son todos los hombres, mujeres que son todas las mujeres, un Fernando Navales mal que os pese, las damas que le inspira sentimientos encontrados, soledad y éxtasis, amores blancos como Moby Dick; los que no tienen patria ni pasaporte, los que perdieron la casa, los arrasados, los sobrevivientes, los enterrados vivos, los que salen vivos de aquí. Nadie. Todos. Vosotros. Nosotros. Usted y yo. Cuatro rosas, tres mosqueteros, dos borrachos y el polvo de un castillo abandonado. París con aguacero, la luna llena y el sol .
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Author : (abc)
Publish date : 2025-03-28 18:58:00
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