El caso de presunto acoso de Juan Carlos Monedero a mujeres de su entorno político y universitario, la gestión que Podemos hizo de las denuncias y el cariz de las investigaciones sobre la corrupción del Gobierno dan medida de cómo se ensancha la brecha entre las políticas de la izquierda sobre la mujer y su propia conducta ante ellas. A la espera de que intervenga la Justicia, que es quien debe tener la última palabra sobre este tipo de casos, la situación de Monedero se suma a la de Errejón, que se dirime en los tribunales. El hecho de que dos de los cuatro fundadores de Podemos se hayan visto envueltos en presuntos escándalos de acoso a mujeres de su entorno personal y político, y que ellos las acusen de inventar las denuncias, suscita un incómodo interrogante acerca de si existe un patrón de comportamiento en estas organizaciones. A esta categoría pueden añadirse las dinámicas prostibularias que tenían lugar en torno a casos como el de Tito Berni o el de Ábalos, dentro de un Gobierno y un partido que al mismo tiempo promovían la abolición de la prostitución. No son episodios antiguos en los que pudieran operar los esquemas de un machismo ya superado. Sus derivadas las conocemos en estos días y nos invitan a concluir que ha llegado la hora de generar una reflexión más amplia y de fondo sobre la relación de la izquierda con las mujeres. La Justicia dirimirá, gracias a sus herramientas y bajo las garantías de su ejercicio, la veracidad de los hechos y el daño que estas personas han podido infligir a otras, pero la polémica a la que se suma el caso de Monedero se despliega en otras dimensiones que, sin ser judiciales, conviene abordar. La primera atañe a la distancia entre comportamiento y discurso. El supuesto acoso que denuncian las víctimas de Monedero y de Errejón sucede en un movimiento político fundado para luchar contra el acoso cuando el hombre está en una situación de poder sobre su víctima. Esto es justamente lo que se denuncia. Por otra parte, el discurso de los presuntos agresores en favor de presuponer la culpa del varón y los lemas que exigen que la simple denuncia de una agresión conlleve su condena saltan por los aires cuando argumentan que las acusaciones contra ellos son falsas. O que los juicios deben producirse en entornos de garantías, al amparo de los jueces y del Estado de derecho y no al albur de las redes sociales y sus cacerías, lo que representa un argumento razonable, aunque enfrentado frontalmente al discurso del que hicieron bandera. Las ideas deben ser juzgadas al margen de la bondad de quien las defienda, pero aquí entramos en una dimensión distinta en cuanto los hechos enmiendan todo el proyecto político de la izquierda actual. Es evidente que, llegado el caso y puestos a prueba los lemas ante la realidad de la experiencia personal, ni siquiera ellos son capaces de defenderlos. Si en la práctica el MeToo y el «hermana, yo sí te creo» no son sostenibles ni por sus propios predicadores, es la prueba de que son principios equivocados. El salto entre lo que se predica y la realidad del comportamiento, que es tan grande en sistemas de pensamiento puritanos como el que nos ocupa, resulta difícil de asumir siquiera esgrimiendo retruécanos argumentales como los que pretenden que, no denunciando públicamente el supuesto acoso de Monedero, en Podemos estaban protegiendo a sus presuntas víctimas . Tampoco se sostienen los estándares que ellos exigían a organizaciones como la Iglesia en los escándalos en los que se vio envuelta, cuyo esquema, tristemente, recuerda a los hechos que ahora les salpican.
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Author : (abc)
Publish date : 2025-02-22 03:09:00
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