Isabel Rojas Estapé , psicóloga especializada en terapia de las emociones, acaba de publicar el libro ‘Me baila el corazón’, un cuento en el que Cris, la niña protagonista, pasa por diferentes peripecias y su neurona, Neurita, le ayuda a comprender por qué se siente en cada momento con diferentes emociones. Explica a ABC que este libro nace sobre todo de la necesidad de los padres. «Soy madre de tres niñas y hace ya unos años mi hija mayor tenía momentos en los que se bloqueaba con ciertas emociones: con la tristeza, con la frustración, con el miedo… Empecé a contarle que ella tenía en su cabeza una neurona, ‘neurita’, con la que podía hablar, y que entre las dos podían ser súper amigas y enfrentarse a esa situación, a esa emoción que le costaba un poco gestionar», apunta Rojas Estapé. Confiesa que en su consulta muchos padres le dicen «Isabel, no sé qué hacer con mi hijo, no le sé gestionar, no sé cómo enseñarle emociones, se bloquea, llora, grita y no sé cómo desbloquearlo y sacarle de ese mal momento». «Extrapolando lo que he vivido en mi familia, les comento lo que yo hago con Neurita, con este personaje que me he inventado, y que ayuda a los niños a comprender y gestionar sus emociones». ¿Por qué profundizas en la alegría? La alegría es una emoción básica de la que se habla muy poco. Damos por hecho que la podemos tener y que está ahí, pero realmente no la sabemos trabajar y solamente cuando estamos tristes la echamos de menos. Me da mucha rabia porque realmente nuestro cerebro recuerda aquellas cosas que nos generaron mucho impacto, tanto en positivo como en negativo. He querido hacer este libro para que podamos recurrir al positivismo y a las cosas agradables en momentos malos, pero también en los buenos. Intento enseñar a los niños que si yo estoy viviendo algo de gran impacto emocional positivo -como, por ejemplo la Navidad, vivir en familia, disfrutar de los villancicos…-, si realmente lo impregno en mi cabeza; es decir, si mi hipocampo, aparte del cerebro que recuerda las cosas, lo activo cuando yo tengo un momento malo, puedo sacar con facilidad estas imágenes felices, estos momentos vividos de alegría, de disfrute, de gozo, para sentirme bien. Y también tiene un punto que está dirigido a los padres. Es decir, a que los mayores sepamos vivir el momento presente en este mundo de gran velocidad para poder pararnos y pensar lo que estamos haciendo, que es una de las claves de la salud psicológica. ¿Cómo pueden los padres enseñar a sus hijos a vivir más el presente, a retenerles en el momento para que su mente no esté siempre pensando en lo que viene después y evitar así que estén sobre estimulados? Soy muy poco partidaria de la sobre estimulación que al final hace que el niño no esté en lo que tiene que estar: en el juego, en los deberes, en una tarea que tenga entre manos… Animaría a los padres a que cuando estén haciendo algo con los hijos, que frenen por unos instantes la actividad, sobre todo si es positiva, y que potencien lo que están haciendo y que expresen una emoción. Imagínate que están haciendo un puzle. Pues que de repente el padre se pare y diga «¡qué guay estar los dos juntos haciendo este puzle!». Entonces, el niño sale un momento de esa acción que está haciendo, siente, e incluso puede enfocarse en la emoción de lo que está viviendo, y, al mismo tiempo, es como que la archiva en su cerebro, en su cabeza, eso que está viviendo. Lo mismo con cualquier pequeño detalle si nos vamos a merendar con nuestros hijos, estamos dando un paseo, jugando en el parque… Hay que parar y destacar «¡qué bien me lo paso en el parque; es decir, poder frenar esa actividad para ponerle una emoción a lo vivido. Es lo que luego va a ayudar mucho a los niños a que sean conscientes de cómo están emocionalmente cuando están haciendo cosas. En el libro también destacas estos pequeños detalles, como acabas de comentar, y que son muy importantes ¿De qué manera pueden los padres ayudar a que los hijos puedan valorarlos en mayor medida? La memoria es muy selectiva. Al final nos acordamos de las cosas por pequeños detalles, por lo que nos hizo sentir. Es decir, si yo te pregunto qué tal en tu viaje en París y me dices «fui a ver la Torre Eiffel, luego estuve en Nôtre Dame…». Si no me dices, «me lo pasé muy bien… No hay una emoción. Es decir, siempre que nos acordamos de algo tiene un punto muy emocional porque nuestra memoria funciona con pequeños recuerdos, selecciona cosas que hemos vivido y es lo que realmente da potencia a ese recuerdo. Por ello, en el libro hablo mucho del tacto cuando toco las manos de mi abuela.. Invito a los padres a que frenen un momento y saquen algún detalle en positivo para que ese recuerdo se impregne muchísimo más en nuestro cerebro. En el libro incluyo cuatro o cinco páginas con recomendaciones porque tengo muchos padres en consulta que vienen con el boli y me dicen: «¿qué hago cuando mi hijo…?». Por ello, la guía incorpora herramientas para momentos malos o buenos, en este caso, como el de la alegría. Para los momentos más frustrantes, ¿de qué manera se puede fomentar que los hijos coloreen sus pensamientos más oscuros? Cuando hablo de colorear los pensamientos me refiero a que nuestro cerebro, en el momento en que detecta algo que no le gusta; es decir, cuando vive una emoción que le está bloqueando, que le está perturbando, para empezar ve esa emoción en su máximo esplendor -la rabia sólo ve la rabieta-, pero, además, es como que a nuestro cerebro le cuesta mucho más ver el resto de las cosas. Entonces, en el momento en el que fijo mi recuerdo en los pequeños detalles, -y me acuerdo de que el jersey de mi padre era rojo y, además estábamos en un jardín que era súper verde-… en que ponemos color a esos pensamientos malos que hemos tenido, baja la intensidad de la frustración o de esa tristeza. Es un pequeño truco que a los niños, sobre todo a los más pequeños de cuatro, cinco, seis o siete años, les ayuda muchísimo a poder salir de su frustración o rabieta. En el libro, Cristina va acompañada de su neurona. ¿A partir de qué edad pueden los padres hablarles de su propia Neurita? El libro está hecho oficialmente de para niños a partir de tres años. Mi hija de tres años hay veces que me dice «mamá, hoy tengo cortisol altísimo, sin pronunciar la ‘r’ porque aún no le sale bien. Alguna amiga mía me dice «claro, como vive en una familia de psiquiatras, psicólogos, pues es como más fácil que hable de estas cosas. La realidad es que he visto que a partir de los cuatro o cinco años es un libro muy conveniente para que ese niño vaya adquiriendo conceptos de por qué se me pone el corazón negro, por qué tengo cortisol, estoy entrando en un pensamiento en bucle y no puedo salir, por qué mi Neurita está mareada… Y sobre todo, a los seis, siete, ocho o nueve les está gustando muchísimo. Una cosa muy graciosa es que el libro está gustando también mucho a padres; es decir, al padre varón de entre 35 y 45 años que quiere contar un cuento a su hijo, pero no tiene suficiente creatividad como para inventárselo y, además, quiere enseñarle algo. ¿Qué importancia tiene en el desarrollo futuro de estos niños conocer sus emociones? Yo hablo mucho del auto conocimiento, pero no como una necesidad de estar mirándose constantemente sobre si yo soy así o esto me pasó a mí, sino para saber qué me cuesta, qué no me cuesta, a qué me puedo enfrentar, qué me bloquea, cuáles son mis miedos… Es decir, en el momento que uno se conoce puede comprenderse. No me puedo comprender si no sé cómo soy y, si no me comprendo, es muy difícil que pueda superarme, gestionar lo que me pasa. Por eso, lo importante es primero conocerse y saber mis cosas positivas y aquello no tan positivo o que me cueste un poco más. Los niños en el momento que se conocen, ya no se bloquean. Si, por ejemplo, sabe que le asusta el agua, cuando la ve dice «mamá, me da miedo el agua», en ese instante que lo verbaliza, la intensidad de ese miedo baja y se puede enfrentar de otra forma al agua, si no el niño ni podría acercarse a una piscina. Si soy conocedor y verbalizo lo que me cuesta, la intensidad de esa emoción negativa baja y, por tanto, me puedo enfrentar a ella de otra forma. Hay muchos padres que también intentan que sus hijos sean felices todo el tiempo. ¿Qué consecuencias tiene? A esos niños les llamo niños de cristal: lo tienen todo y apenas han sufrido… El niño ya no tiene necesidades, ya están todas cubiertas, casi ni ha verbalizado lo que quiere, y ya lo tiene. A la larga le cuesta muchísimo tolerar la frustración y no tener recompensas instantáneas. Y, sobre todo, hay un punto en el que son tantas las sensaciones que tienen, que se sienten tristes, saturados, nada les llena… Hay un punto que ni tiene voluntad, ni motivación, ni realmente quiere luchar por nada. Es muy importante que los padres sepamos que no hay que hacerles sufrir, pero sí evitar el darles todo lo que piden. Y, no solo eso, deben aprender a esperar porque los niños son muy impacientes y lo quieren todo ya y, además, todo lo que empiezan, lo deben terminar para que mejore su voluntad. De esta forma se logra que el niño vaya fortaleciéndose, siendo un poquito más resiliente, con mayor capacidad de amoldarse a las distintas situaciones. Y en Navidad, no le demos todo lo que pida. Si quiere cuatro regalos, que tenga tres. Necesita saber que no podemos tener todo lo que queremos y esto es algo muy importante y que a los padres a veces nos cuesta porque tenemos miedo de hacerles sufrir, pero uno no traumatiza al niño por decirle que no, sino por cómo le dice que no. Si yo le meto un grito a mi hijo, él se bloquea y adquiere ese no desde el miedo, no desde la aceptación. Sin embargo, si le explico que no le puedo dar todo lo que quiere, porque sino termina siendo un mimado, lo aceptará muchísimo mejor, de forma más relajada porque se lo estoy explicando, aunque no lo entienda.
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Author : (abc)
Publish date : 2024-12-31 03:50:00
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