La Macarena es desde hoy una devoción todavía más universal que la que nació al amparo de aquellos hortelanos que la guardaron como la flor más bella de su jardín. Lo es por haberse convertido en la primera dolorosa del mundo en recibir l a Rosa de Oro que concede el Santo Padre, la tercera imagen mariana de España tras la Virgen de la Cabeza y la de Montserrat. También por recibir en su basílica a toda una misión pontificia, encabezada por el mismísimo sustituto de los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado de la Santa Sede , monseñor Edgar Peña, que llegó a arrodillarse en nombre de Roma ante la celestial presencia de la Virgen de la Esperanza, que bajó de su camarín a primera hora del pasado sábado para ser expuesta a la veneración de los fieles en el altar mayor de su templo. Allí esperó, sin necesidad de tener que salir de su casa , a que fuera el Vaticano el que se acercara a Ella para reconocerla como faro de la piedad popular según Sevilla. Esta ceremonia de entrega de la máxima distinción del Santo Padre, la que el Papa Francisco ha otorgado personalmente a la Macarena , fue la más pura expresión mariana de la fe sin imposturas del pueblo. Hacía años que no se veía en Sevilla un torrente de devoción tan de verdad , tan natural, como el que se desbordó en el interior de la basílica cuando, poco después de las 13.30 horas, monseñor Edgar Peña depositó sobre la peana en la que se alzaba triunfante la Virgen de la Esperanza ese ramillete de rosas que materializaba la fortaleza de una devoción tan universal que no conoce fronteras . Fue un momento mágico, casi indescriptible, espejo de esa inquietante felicidad que sólo sienten los sevillanos cuando los varales maestros del palio asoman por la esquina de calle Parras presagiando la inminente llegada de esa «bella perla de San Gil» a la que piropeó Rodríguez Buzón. En ese instante, la Macarena hizo de oro la piedad popular que se respira en los suspiros sin tiempo de su barrio. Una ovación de más de cinco minutos resonó a modo de acción de gracias entre las más de 700 personas que presenciaron en primer persona, tanto en el interior de la basílica como en las sillas dispuestas por la hermandad en el atrio, el acto litúrgico de la entrega de la Rosa de Oro. Una sinfonía de piropos, acompañados por el repique de las campanas de la espadaña, por una letanía de vivas improvisados y una hilera de cohetes al cielo , que fue contagiándose por la plaza Esperanza Macarena y se perdió entre las calles que desde hace días lucen decoradas por los vecinos en homenaje a la gran fiesta de la fe que Sevilla está a punto de vivir con el II Congreso Internacioal de Hermandades y Piedad Popular y su procesión magna de clausura. La Virgen se mostraba tan joven como aquella que, según Caro Romero, cumple diecinueve años cada abril, dispuesta en la parte más alta del presbiterio del templo pero a la altura de los ojos de sus fieles, vestida con el manto de tisú de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, la icónica saya de ‘Los Volantes’ y una rosa blanca que la hermandad había depositado en su mano derecha como símbolo de la pureza virginal de esta imagen. Nadie en la Macarena recordaba algo parecido en la historia reciente de la hermandad. Ni cuando la Virgen cruza el dintel de la basílica en la madrugada del Viernes Santo, ni cuando apareció sobre un destello de luz por el arco en la celebración del 400 aniversario de la fundación de la hermandad, ni al atravesar el Guadalquivir para estar con las Hermanas de la Cruz en la beatificación de Madre María de la Purísima o al despedirse de la Plaza de España en aquel mayo de fiesta del cincuenta aniversario de su coronación canónica. Nunca hubo una reacción igual, tan sólo equiparable a lo que cuentan las crónicas del año 1936 cuando se sacó a la Virgen del cajón de madera en el que fue ocultada del fuego de la sinrazón que abrasó la parroquia de San Gil en una casa humilde de la calle Orfila. De aquel día se recuerda que, como este martes, sus devotos sólo supieron darle gracias a la Macarena con una ovación que sigue grabada en la memoria del pueblo. Fue esa misma emoción la que se replicó en la basílica, en el transcurso de una ceremonia que duró algo más de 45 minutos y que arroparon las voces de la coral polifónica y la escolanía de la hermandad, que cerraron el acto interpretando el Himno de la Macarena como oración de broche de oro. Monseñor Edgar Peña , sustituto de los Asuntos Generales de la Secretaría de Estado de la Santa Sede y enviado especial del Papa Francisco al frente de la misión pontificia que arribó en la basílica, contemplaba admirado la potencia devocional de la Macarena. En sus palabras, habló de ella como una imagen «grande» de Sevilla, pero avisó de que la concesión de la Rosa de Oro como «símbolo del amor y la devoción del Santo Padre hacia la Virgen» también conllevaba una responsabilidad. «No se pueda quedar en palabras o en gestos externos sino que se debe traducir en una vida de comunión, de servicio y de esperanza». Precisamente, para esta virtud fue su mensaje más emotivo. Avisó de que «el optimismo es importante» pero que «no llega a la altura de la virtud de la esperanza» . Entre otras cosas, porque «el optimismo termina frente a las primeras dificultades y la esperanza no», ya que «en los momentos en los que más dificultades tenemos más tenaces somos, más fuerza tenemos y más voluntad de ir adelante nos da el Señor». Peña estuvo arropado en todo momento por el arzobispo de Sevilla, José Ángel Saiz Meneses , que hace meses presentó personalmente en Roma al Papa Francisco la solicitud de la Rosa de Oro para la Macarena. Tampoco puedo ocultar en la basílica su felicidad. Lo hizo aplaudiendo intensamente como un devoto más a las plantas de la Virgen y también con las palabras que pronunció justo antes de que acabara el acto litúrgico. Estamos «llenos de emoción», dijo. El prelado hispalense reconoció que la distinción «es un símbolo de amor, de pureza, de sacrificio», pero que, además, debe ser «una poderosa motivación para entrar decididamente por el camino del servicio, de la humildad y de la caridad» . Quiso, por último, tener un guiño con los miles de fieles que se acercaron al templo macareno, recordado el «impacto» que «nuestra hermandad» ha tenido en la vida de la Iglesia y que ha venido demostrado «a lo largo de los siglos». La Rosa de Oro quedó expuesta a los pies de la Virgen de la Esperanza para testimoniar la verdad de una jornada que pasará a la historia de la Iglesia de Sevilla como el día en el que Roma se arrodilló ante la Macarena para certificar la universalidad de su devoción . «Esa brisa que quema y no arde», como la definió Juan Sierra; esa a la que vio llegar Rafael Laffón «en ráfagas de júbilo al clamor de los clarines» y a la que los hermanos Álvarez Quintero definieron a la perfección como «siempre estrella y siempre aurora de bonanza» y «alma de Andalucía» se transformó en el poema eclesial que irradió en la cristiandad. Esa misma imagen que formó parte de la compañía de Juanita Reina , que hermosearon las manos de Garduño, a la que mimó Abelardo y que empapó de «sangre verde» la voz del alma de Luis León se hizo más del pueblo que nunca. La Macarena de siempre pero más vaticana que nunca.
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Author : (abc)
Publish date : 2024-12-03 19:30:00
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