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San Simón de Rojas, el ‘Padre Ave María’



Tal día como mañana, 29 de septiembre, festividad de San Miguel Arcángel, se cumplirán 400 años de la muerte del trinitario San Simón de Rojas, el Padre Ave María, como se le conoció popularmente en su tiempo. Y tal día como hoy, 28, se lo tiene la Iglesia dedicado a nuestro protagonista. Mayor número de cábalas en el tiempo es difícil concitar. Y, a decir verdad, es Rojas uno de los hijos del olvido más incomprensiblemente desconocido de la serie. Ya advertía Casimiro González, a inicios del XX, en el prólogo a la obra que el reverendo Valentín G. de la Fuente dedicara al santo, que «de gran consuelo y satisfacción nos ha servido leer la extensa y erudita ‘Biografía del Beato Simón de Rojas’, al ver que, aunque pocos, aún hay alguno que se acuerda de nuestro olvidado, si no es ya desconocido, paisano…». Y baste para entender, siquiera fugazmente, la dimensión humana y el legado personal y misional que dejó tras de sí San Simón, enumerar cuatro o cinco datos insólitos. Por ejemplo, que se le dispensaron funerales -de «espectáculo fascinante» los ha calificado algún hagiógrafo- en Valladolid, su ciudad natal, en París, con su universidad a la cabeza, y en Lisboa, con las más altas instituciones lusas concernidas; o que a nuestro hombre lo retrataron artistas de la talla de Velázquez, Bartolomé González, Claudio Coello, Gaspar de Crayer y Preciado de la Vega, entre otros; o que Lope de Vega le dedicó varias obras, la más conocida de las cuales es ‘La niñez del Padre Rojas’-, a lo que debemos sumar la carta manuscrita que El Fénix de los Ingenios escribió generosamente como apoyo a su proceso de beatificación. Un proceso que fue iniciado tan sólo seis días después de haber abandonado nuestro hombre este valle de lágrimas. O que a Rojas le dedicaron honras fúnebres grandes predicadores como Jerónimo Florencia, confesor real de Felipe III, o el Paravicino. A lo largo de los siglos XVII y XVIII, fue Rojas uno de los religiosos que mayor devoción cristiana despertaría, y ello a pesar de que su beatificación no se consumó hasta 1765, y su paso a condición de santo acaeció en un ya muy reciente 1982, bajo el papado de Juan Pablo II. Y, a la luz de todos estos datos impactantes, la pregunta es: ¿conoce usted a alguien que pueda lucir en la memoria de su ‘cursus honorum’ tal panoplia de honores y felices circunstancias? Pues, con todo y con eso, San Simón de Rojas es una página perdida no ya en la memoria colectiva, sino en los libros de Historia de España. Incluso, hoy, sigue siendo un ausente en su ciudad de nación, en la que no tiene dedicado ni un sólo espacio público. Esto ya lo denunciaba, en el texto citado ‘ut supra’, el abogado González con estas palabras: «A pesar de todo esto, nuestra ciudad, desde entonces acá, triste es confesarlo, se ha cuidado muy poco, mejor dicho nada, de conservar y honrar la memoria de tan esclarecido varón. Ni una iglesia ni una capilla, ni una fiesta ó solemnidad religiosa especial le consagran, ni siquiera se le ha ocurrido poner su nombre á una calle…». Y, salvo una moderna parroquia, así seguimos. Simón de Rojas nació en 1552, cuando el largo y próspero reinado de Carlos I tocaba ya a su fin. Tras ingresar en la orden de los Trinitarios, influido por los sermones del P. Juan de Vega, fue enviado a Salamanca a estudiar Teología y Artes. Hasta el año 1600, su vida fue un peregrinar por media España, desempeñando diversos cargos y sinecuras en la orden. Toledo, Talavera, Medina del Campo, donde coincidiría con Francisco de Yepes, hermano de un tal San Juan de la Cruz, fueron algunos de los destinos en los que recaló el fraile. Pero su verdadero predicamento comenzó a inicios de la décimo séptima centuria cuando, a instancias de Leonor de Sandoval, condesa de Altamira y hermana del duque de Lerma, y del padre Luis de Calatayud, Rojas conoció al rey Felipe III y a su esposa Margarita de Austria, para quienes, desde ese mismo instante, se haría imprescindible como confesor y consejero. Y no sólo en cuestiones de fe. Para el rey fue un apoyo fundamental y consejero cercano, porque poseía la rara condición de no ser servil, sino crítico cuando la ocasión lo exigía. Su influjo en la Corte, tanto del tercer Felipe como de su hijo, fue tal, que se convirtió no sólo en el factótum de palacio, sino en presencia requerida entre la mayor parte de la alta nobleza. En la parte misional, destaca la creación de una congregación, la de los Esclavos del Dulce Nombre de María y alguna asociación laica como la denominada de los Mornios -o Morneos-, un capítulo sin duda digno de estudio, por lo poco que se sabe de la misma. En todas esas fundaciones y otras más, la dedicación a los pobres fue santo y seña, hasta el punto de que, a Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV, llegó a molestarle tal apego a los menesterosos. Cosa que acabó protestándole al rey, a quien Rojas respondió, sin miramientos, con su famoso «si bien las almas de reyes y de los pobres valen lo mismo, si me dan a escoger, elijo la de los pobres». Catolicismo del bueno. Murió en Madrid, en 1624, y, como se ha dicho, no parece que su muerte, al contrario que su memoria, pasara desapercibida. Larga vida al padre Rojas.



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Author : (abc)

Publish date : 2024-09-30 11:20:35

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