Olía a lo que huele Sevilla cuando ha llovido. A hogar mojadito, a alquitrán chorreado. Enfilando la calle Betis uno nota que la Torre del Oro luce más quieta de la cuenta. Se estrena el Muelle Camaronero como escenario de la Bienal . Este cronista está sentado en un bar, haciendo tiempo para que abran las puertas con un tercio de cerveza. Cuando levanta la cabeza se encuentra con la estampa de tres hombres. Dos con traje y engominados y otro con guayabera verde y una enorme melena rizada. Es Juanfra Carrasco . Se acerca al camarero y le dice «A ver si nos puedes poner un chispazo». Cuando se es flamenco, se es flamenco hasta para pedir. Deja a sus acompañantes en la mesa y entra al bar. Sale con un paquete de Camel. El joven cantaor pide un whisky on the rocks y una botellita de agua. Devora a puñaos los frutos secos de cortesía. Está tranquilo, saluda a dos conocidos que pasan. Le dicen que van a cenar al Abades. «Ah, ¿estáis tomando ahí? Gloria entonces». Hace como que sabe a qué sitio se refieren. El pacense calienta la voz en el oído de sus compadres. Por fandangos. Es un susurro armonioso que llega a mi mesa. Pido otra cerveza. Uno saca el móvil y pone a Porrina en el YouTube. Se lo gozan. Hay transeúntes que pasan y lo reconocen. «Ahí voy a verte, maestro». No se paran. Quien si lo hace es un músico callejero, que está un rato contándoles su historia y la de su guitarra. Les canta un poquito y le pide un cigarro a Carrasco. Se lo mete en el bolsillo de atrás del vaquero. El Guadalquivir es una balsa confortable, un puerto en el que van a arribar los guardianes y los legatarios de la Plaza Alta de Badajoz, de los jaleos y los tangos de tierras castúas. El puente de San Telmo y el de Triana encierran las tablas. Miguel Vargas sale a escena y mira al público desafiante, rasguea la guitarra y la hace conversar con los árboles. Su toque es un pulgar que escarba en un patrimonio de cuerdas. Al terminar este delicioso preludio aparece su hijo, Juan Vargas, y Antonio Suárez Salazar ‘Guadiana’. Échese usted al vaciaero. Malagueñas. Juan toca y el Guadiana se funde con la noche que reverbera en el río Betis. El hijo le pasa el testigo al padre. Vengo de la carbonera, y después por seguiriyas. Aquí su tono se empasta más al palo. Saca unas fuerzas voluntariosas del estómago y aprieta al puño. Por tangos, marca de la casa, se mete una percusión y un bajo que crea una fusión perfecta con las guitarras de los Vargas. Miguel, con la camisa ya por fuera y las piernas abiertas, acomete solos que ponen a la noche a mover los pies. El patriarca es el que dirige, el que manda con la cabeza sobre el ritmo. Vengo de mi Extremadura de ponerle a mi caballo de plata las herraduras . Si Guadiana pone la veteranía, Juanfra Carrasco trae la juventud. Las dos caras del doblón extremeño del cante. El de Santa Amalia sale con un traje blanco y una camisa negra. «Buenas noches, mi Triana, mi segunda casa. Tenía muchas ganas de cantar en mi barrio, donde me hice un hombre». Mira entre el público como buscando a ese chaval que llegó con 17 años a la Fundación Cristina Heeren , donde terminó de cincelar un talento indómito. Por malagueñas. Canta con su voz arenosa, de tornado controlado. Dirige el tempocon sus dedos y saca el alma por los ojos. Se arrecoge la chaqueta y guiña un ojo cuando Vargas senior resuelve un crucigrama indescifrable en su traste. En ese camino intermedio entre la bulería y la soleá brilla el metal de su garganta, el humo de los Camel sale en unos hipidos llenos de compás. La expresividad le desborda y sus manos dibujan lo que él cuenta con la voz. Viene reivindicando su sitio, pidiendo un sitio para hacer lo suyo en solitario la siguiente Bienal . Faltaban los jaleos y él los trajo. Levanta la batuta de su índice como pidiendo permiso e invita a pasar a su maestro, Alejandro Vega . «El padre de esto». El gitano sale con un pañuelo blanco con lunares negros y un bastón con el que hace compás contra las tablas. Carrasco hace lo propio con otro cayado. Y yeli, y yeli, y yeli, yeli, yeli, yá… Miguel Vargas coge el micrófono y anuncia que el tito Pelegrino no ha podido venir, que espera que Dios lo ponga bueno. Salen juntos Guadiana y Juanfra. Las canas y el cabello negro. El ying y el yang. Van por fandangos. Tandas de respeto y cariño. El joven cierra los ojos cuando el mayor canta. El veterano mira al muchacho y asiente cuando tira por Caracol. En el fin de fiesta salentodos y ponen la guinda con el Masellés y la Caíta , ronquera pluscuamperfecta. Viva Extremadura. Si se quiere escuchar flamenco bueno, de autor, hay que ir allí. En tren o de rodillas. Valdrá la pena.
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Author : (abc)
Publish date : 2024-09-20 01:48:24
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