En la puerta del Auditorio Nissan Cartuja dos encuestadores de la Bienal abordaban con sus tablets a la gente que se acercaba: «Hola, ¿le puedo hacer unas preguntas?» Eran cuestiones rutinarias, sobre los usos y costumbres de los aficionados, pero llegaron dos gitanos escrupulosamente acicalados y, una vez terminado el muestreo, exclamaron: «¿Ya? ¿No me vas a preguntar quién es el mejor? El mejor es Pedro El Granaíno . Y te lo digo sin que haya empezado a cantar». El enorme cartel de Miquel Barceló de la entrada hizo las veces de photocall. Los asistentes se retrataban por turnos frente a la obra pictórica de las espinas. Un hombre con una camiseta Burberry negra y una riñonera en bandolera dirigía el desfile mientras disparaba placas con el móvil. Había ganas de jaleo, se notaba en el ambigú en el que se apuró hasta el final. Sábado en Sevilla. Mucho calor, pero también muchos lunares, mucho color. Cubierto por una nube de humo, Pedro El Granaíno ejecutó una apertura por soleá. La soleá del propósito, como él mismo la llama. Una protestación de fe y amor a la tierra que le dio la vida y a la que lo acogió. «Vine a nacer en Graná y en Sevilla me crie. Tuve mi cuna en la Alhambra y la Giralda soñé». Un canto a esos designios inescrutables de Dios a los que él achaca el estar sobre las tablas en la actualidad. Y es cierto que su vida tiene mucho de casualidades. La principal le ocurrió cuando ya entrado en sus treinta, con su vida hecha a la venta ambulante, Farruquito se lo encontrara de juerga y se quedara prendado del metal de su garganta. Era solo un aficionado, sin estudios, nociones ni herramientas. Pero con eso se patalea saliendo de la barriga, se trabaja, pero no se consigue una vez echada la lotería. Y El Granaíno tiene una fragua llena de matices en su voz, una gitanería magnética, elegante, que desplegó sin miramientos, dejando nudos en las gargantas ajenas más apretados que los del pañuelo de su cuello. Cuando canta, el eco se asusta. Un taranto a la memoria de Chocolate . Al toque, Patrocinio Hijo . Los dedos hipnóticos y virtuosos del guitarrista se metieron en el bolsillo al respetable. El momento más emotivo llegó con una granaína inédita hasta para su cuadro dedicada a su difunta madre. «Desde la paz y la tranquilidad», como si la tuviera a su lado, le dijo las palabras que solo salen de las pieles bien queridas. Durante el trance envió al cielo besos de quejíos. El auditorio se levantó y éste que escribe, perdonen el delirio, se acordó por la textura del vello del brazo, de aquella Madrugá de 2018 en un balcón de La Campana . En mi cabeza sonaron aquellos oles, oles de nuevo, del hombre que mandaba en la cuadrilla de los que llevan al que manda. Ole los que le quitan las telarañas al sentío. Ole los que vienen de la India. También trajo al escenario en forma de canción a su descubridor, Farruquito. Interpretó un tema compuesto por su amigo, el que le da nombre al espectáculo. ‘Dicen que para cantar’. En el fin de fiesta subieron a darle una sorpresa su hija y su nieta recién nacida. Con un ramo de chucherías en la mano, cogió el micrófono y buscó entre el público al director de la Bienal para alabarle el gusto del ole. Con ese ole repetido alumbró el jaleo final en el que Naím Real y El Indio terminaron de levantar a la gente de las butacas con sendas pataítas. Dicen que para cantar es preciso llevar a la gente que escucha a los lugares felices en los que estuvo, a sitios desconocidos en los que nunca imaginarían que querrían perderse. Dicen que para cantar, para cantar bien, hace falta mucho más que una voz, que hay que entregarse al vacío, al silencio expectante y plagado de miradas, y llenarlo de aquello que se tiene en el estómago, mariposas o cuchillos, en el momento exacto en el que se abre la boca. Dicen que para cantar, para cantar de verdad, hay que ser capaz de activar la empatía egoísta del espectador, que esas miradas que escudriñaban vayan entrecerrándose, amoldando el gesto hacia el placer y el gustito de ese viaje de los sentidos. Dicen que para cantar, para cantar flamenco cinco jotas , del que deja el pringue en el cielo del paladar, hay que tener ese no sé qué imposible de adquirir después de haber nacido. El duro, hay que tener el duro y luego saber cambiarlo. Dicen que el que tiene lo que hay que tener, lo tiene igual para pregonar género en un mercadillo que para quebrarse delante de un Auditorio de La Cartuja en el marco del Olimpo del cante. El mejor festival del mundo en palabras de un granaíno que ayer por la noche acarició a Sevilla y su Bienal.
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Author : (abc)
Publish date : 2024-09-14 23:54:08
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